9 de julio de 2015

Por Luis Vilchez - Poesía periodística (Parte 14) - Sandra Amaya, mujer andina, mujer cantora

Poema dedicado a Sandra Amaya

Vientres 

De mujeres se muy poco -casi nada-
empezaré por contarte lo que intuyo: 
se de mujeres que trabajan la cosecha diaria
ungidas mariposas con sus senos de miel...

jadeo etéreo de tierra que da a luz
en duros tiempos 
-crudos-: de guerra y de dolor...

rosadas manos de seda 
o gravemente heridas

eternas buscadoras de un espacio propio
saladas... dulces... frescas: bocaditos de Adanes

¡alas... eternamente alas!

recorren un camino de lluvias y pasiones
envueltas en pañuelos convidan esperanza...
volátiles pociones tan llenas de candor... 
un óbelo del libro que señala caminos
de luchas y de marchas 
en plazas del dolor...

unidas como manos que aplauden la alegría
comandan las escuelas... hospitales... familias...
incitando al abrazo... al beso... a la nostalgia...

ocróptero angelito de alas amarillas
nacidas y paridas en cuerpos de guitarras
en tiempos de avaricia ellas reparten panes...

son mujeres de tierra
son de agua 
y son madres


Poema extraído del libro Poemas de amor para una olla vacía, de Luis Vilchez, Colección Madera y verso, año 2008

Sandrita sin ningún lugar a dudas es una de las cantoras “referente” más populares que representa a nuestro hermoso país. No lo decimos por simple cumplido. Sino que la voz de la gente lo grita en el camino. De ese gesto podemos dar testimonio.

   Muchos años de hermandad han pasado. Algunos recitales en lo barrios de San Luis y de Mendoza. Improvisar poemas hilados a sus canciones, veros del amor que salían del alma. El desafío de llevar a la gente de la cultura popular a los teatros que jamás pensaron podían convidar su arte. Divertirnos y conmovernos compartiendo nuestra pasión por la música y la poesía. Uno que otro asado, rodeados de guitarras y lunas de cobre.

  Desde que escuche por primera vez en un CD la música ventosa de la Amaya, sentí que el camino nos juntaría en un cerrar y abrir de ojos. Y así fue. Ahora tenemos proyectos en común, editar muy pronto su libro de poesías, donde relata también el por qué y el para qué de cada texto y adherirle los acordes para que la gente pueda cantar su abrazo inmensurable en forma de susurro al universo.

   Sandra Amaya, otra integrante de la Revista Cultural Latinoamericana (Guturalmente hablando) El Viento. Sandra Amaya, otro canto del viento.





La cantautora mendocina se presentó el 11/05/2012 en el Teatro Plaza de Godoy Cruz, Mendoza. Cobertura de Radio Universidad, FM 96.5
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Obra de Sandra Amaya

Mujeres del mundo

Este poema lo escribí cuando se organizó el último Encuentro Nacional de Mujeres en Mendoza

Mujeres del mundo no se desesperen, 
busquen su destino, alcen bien sus frentes,
desanden caminos que las confundieron,
recorran senderos de colores nuevos,
vuelquen lo que saben en cántaros de vida
y renazcan siempre con sabiduría… con sabiduría.


Mujeres de leche, mujeres nativas,
mujeres del llano, mujeres andinas,
jóvenes, adultas, abuelas y niñas, 
fuerza es lo que sobra, si estamos unidas.


Caminen erguidas, así las escuchan,
no bajen las manos, sigan con la lucha,
suenen bien sus voces, digan lo que piensan, 
mujeres del mundo, griten su presencia.
soy mujer andina, soy mujer cantora,
me sumo al esfuerzo, mujeres de ahora…mujeres de ahora.


Mujeres de leche, mujeres nativas,
mujeres del llano, mujeres andinas,
jóvenes, adultas, abuelas y niñas,
fuerza es lo que sobra si estamos unidas…
fuerza es lo que sobra si estamos unidas…
fuerza es lo que sobra si estamos unidas…


El Federal estuvo en Mendoza, en el Tercer Encuentro Regional de la Nueva Música de Raíz Folklórica - Generación XXI - Cámara: Esteban Raies
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Caluyo del desierto

Llové cielito… llové!!

Sin dudas, éste fue un tema que salió como un suspiro.
Fue suficiente pararme en el paisaje lagunero, empezar a derretirme en él hasta sentirme algarrobo, chañar, río, ave, silencio, cielo, monte, chuña, viento…
Nada puede igualarse a esta sensación de libertad en medio de un silencio que a pesar de ser profundo, pudo dejarme escuchar los propios latidos.

Una invitación al Baile de San Vicente a fin de los 90, cuando las sequías se habían hecho sentir, dejando un paisaje pálido, me enseñó una de las lecciones más difíciles de la existencia…  creer en mí y comprenderme como parte de un todo.

Las poblaciones más antiguas de lo que hoy es Mendoza, hacían esta ceremonia para el Dios de la lluvia, y las danzas eran circulares, colectivas.
Se convocaban para danzar hasta que lloviera, como lo hacían para otros acontecimientos de la comunidad, como la siembra o la cosecha.
Después de la conquista, la iglesia católica le dio a San Vicente la  responsabilidad de acercar la lluvia a las lagunas y a todos los lugares secos de este territorio. Los lugareños lo aceptaron, pero no se llevan muy bien con él cuando no trae agua. Entonces, me han contado que, cuando no llueve, lo ponen con “las patitas pa’ arriba”, o lo meten en una aguada seca, hasta el cuello, para que no sea haragán, y no se olvide de ellos. 

Desde siempre  y hasta hoy, los bailes se repiten de noviembre de un año, hasta marzo o abril del siguiente.
Esta ceremonia se hace fuera del hogar. Si se quiere saber más de ella, va a tener que esperar que algún lugareño lo invite.

Uno de los promesantes me decía: “Hay que bailar con fe para que llueva, si no, no llueve”.
Me pregunté por qué invocaban lluvia con esta ceremonia. Y claro… después de la lluvia, la vida… Los pastos pasan del gris al verde, las aguas estancas ascienden de charcos a lagunas. Los peces empiezan a multiplicarse. El índice de mortalidad caprina por sed, disminuye notablemente, y hay alimento… y hay trabajo... y hay dignidad.

Así que tomé coraje y bailé varias cuecas con mucha fe… mucha, es decir, creyendo fuertemente que bailando con ganas y convencida de que iba a llover, provocaría lluvia, junto a todos los que hacían lo mismo.

Y el cielo nos humedeció el alma…

Caluyo del desierto.                          (Caluyo)

            Semillita de chañar,
            semillita de algarroba,
            tomate el tiempo preciso
            pa’ver tu fruta madura.

            Viajera nube del campo,
            no pasés moviendo arenas,
            bajate en gotitas frescas
            que no se quede la seca.
           
            San Vicente aquí en el monte
            del desierto lagunero
            tiene vinos, tiene velas,
            cuequeros y guitarreros.

                        Estribillo

            Llové cielito, llové,
            humedecenos el alma,
            así no se muere el choique,
            las chuñas, ni las iguanas,
            llové cielito, llové!

            Cólpicho rojo y pachango,
            albaricoque y tunal,
            emponchados de rocío
            ríen en el arenal.

            Lunita ponete opaca,
            para saber que viene agua,
            y en el río se reflejen
            los ojos de la majada.
           
            San Vicente aquí en el monte
            del desierto lagunero
            tiene vinos, tiene velas,
            cuequeros y guitarreros.

              Estribillo

            Llové cielito, llové,
            humedecenos el alma,
            para que crezca el junquillo,
            la jarilla, la retama,
            llové cielito, llové!!


Arena y junquillo.

Por eso me voy quedando!

Caminar entre los médanos, sentir el viento jugar entre los poros de la piel, ser pájaro y arena, ser guagüicha y junco, ser laguna y cielo en una sola mancha celeste. Cómo no iba a querer quedarme? … Siempre…

Y andaba por las huellas de las cabras, cantando fuerte, con gusto. A lo mejor el paisaje, como parte del  público, se unía a mi voz, o al revés, mi voz se sumaba de a poco a los sonidos del paisaje, y era parte del todo. Me perdía entre el monte y el sol, entre el agua y las estrellas. Canté de noche y canté de día. Canté cuando el sol daba fuerte en el rostro, canté cuando el frío me entumecía la lengua, y canté cuando la lluvia nos inundaba las camas. Canté cuando faltaba el agua y cuando corté junquillo. Y de tanto cantar, aprendí a hacer silencio, y a escuchar el tiempo lagunero.

Escuché los pasos animales, los pasos humanos, el vuelo de las aves, el andar del agua en el río, la risa de los niños, las voces de las mujeres buscando leña, la ternura de los abuelos,  el quejido de los algarrobos viejos, el grito de las cabras, el trote de los caballos, la bulla del fuego, el viento entre los chañares, el cacareo de las gallinas, el grito de las vizcachas, el silencio de la noche, la presencia de lo salvaje. Escuché…

Canté solita por los grandes medanales. Y mi voz retumbaba en el cielo y en la tierra. Y la uní con el viento. Qué placer!! Los dos. Cantando, viviendo la cotidianidad. Y yo invisible, como en dos tiempos paralelos.  Los originarios antes. Los originarios ahora. Y yo, aprendiendo.

Me encontré con muchas retamas y de lejos sabía que estaban, por el perfume dulzón que tiran sus amarillas flores. Desde que conocí la retama, yo quisiera ser una de esas florcitas amarillas.

Y caminando y conversando, conocí gente de la zona que mostraba sus ganas de hacerse escuchar, de decir ¡Estamos vivos!!! Somos nativos!!!
“A dónde están esos hombres… solitos con su silencio, hay que juntarse toditos…” “Son el corazón del valle, mujeres de piel oscura, son fuerza y coraje… hijas del sol y la luna”.
Y el tiempo se hacía infinito. No podía ajustarse al tiempo citadino. Imposible!! En el secano, el tiempo hace trampas. Cuando en la ciudad todo parece tan terriblemente apurado, en el secano, el tiempo juega con el aire, y todo lleva su propio ritmo. Él espera, simplemente… espera que todo lo que tiene que suceder, suceda.

Ya me voy muriendo e’ vieja!! Que la vida no me deja! Me anduvo haciendo el favor, pa cantar las coplas éstas.
Y soy cuerpo de arena… Y soy alma de junco. Por eso me voy quedando, hasta mi partida.

Arena y juquillo                    

Ando cantando solita, arena y junco,
por los grandes medanales, ay ando, ay ando.
quién pudiera ser bracita,
para quemarme los males.

Quien pudiera comprender, arena y junco,
lo que dice la retama, ay ando, ay ando.
cuando su flor de oro puro,
su perfume desparrama

A dónde están esos hombres,  arena y junco,
solitos con su silencio, ay...
hay que juntarse toditos ,
que no los calle el desierto.

Son el corazón del valle, arena...
mujeres de piel oscura, ay...
son la fuerza y el coraje,
hijas del sol y la luna.

Ya me ando muriendo e’vieja, arena...
que la vida no me deja, ay...
dice que me hace el favor...
pa’ cantar las coplas estas.
Cuerpito de arena, alma de junco,
ay ando, ay ando... me voy quedando,
soy gota de sangre en mis hijitos,
por  eso me voy, me voy quedando.


Con mi caja

Eso nadie me lo quita, eso yo lo hei de cantar!

Nadie me lo ha de quitar!!!
Esa fue la sensación cuando vi en un documental, a una chola sentada en la tierra, mirando a lo lejos todo un territorio que se mostraba ante sus ojos. La imagen la mostraba levantándose lentamente y caminando hacia el lado opuesto a donde estaba mirando. Su rostro tenía mucho dolor,  resignación, pena, tristeza, no sé con cuál de estos sentimientos quedarme para definir lo que su mirada me produjo. 
Por un momento pensé que ese territorio, alguna vez, estuvo ocupado por sus ancestros, su familia, sus abuelos y los abuelos de otros como ella, que para estar en un espacio, simplemente pedían permiso a la Madre Tierra.  Esos abuelos que fueron desplazados por papeles que decían que esos territorios empezaban a tener dueños y que esos dueños no reconocían la pre-existencia de esos abuelos con toda su familia.
Territorios que dejaron de serlo para convertirse en terrenos, con límites marcados por alambrados, escriturados a favor del poder político y social que se imponía con la conquista y hasta la actualidad.
Cuando vi a esta chola, con su sombrero marcando la sombra en su rostro, pude escuchar su voz, multiplicada por miles o millones, retumbando en mi conciencia.  Cómo se puede ser indiferente a esta escena? Se puede? No, no y no… No se debe mirar hacia otro lado!
En ese momento quedaron guardados muchos sentimientos que golpearon por acá y por allá dentro de  mí, hasta que escribí este tema, donde me sentí parte, donde tomé el lugar de esa mujer para decir apenas algo de lo que ella pensaría mientras miraba. Y usé la chicha como recurso para desinhibir al alma y dejarla hablar sin pelos en la lengua.
Hoy, muchos pueblos originarios de Sudamérica, están levantando su voz para ser escuchados. Hoy algunos pueblos están recuperando sus tierras, mientras otros, todavía siguen pagando con vidas la recuperación de sus derechos como habitantes del planeta, como portadores de un conocimiento que espera ser escuchado, como semillar de sabiduría que espera ser  re- sembrado.
Lo que tengo en mi memoria,  en mi alma… nadie me lo ha de quitar!
¡Eso, yo lo hei de cantar!
¡Eso, yo lo hei de cantar!
¡Nadie me lo ha de quitar!


Con mi caja                                                                 (Coplas)

Con mi caja me acompaño
con mi caja yo hei de estar,
con mi caja yo me macho
machadita hei de cantar.

Ay! no sé ni lo que digo
mi alma quiere conversar,
machadita con la chicha
se le escapa la verdad.

Con mi caja me acompaño
con mi caja yo hei de estar,
metidita entre los montes
buscando mi libertad.

Lo que tengo en mi memoria
lo que mi alma ha de llevar,
eso nadie me lo quitar
eso yo lo hei de cantar,
nadie me lo ha de quitar.


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